Veloz como el viento
Placentero como un bosque (Quiet)
Agresivo como el fuego
Inmutable como una montaña
Escritos fraccionados para menudeo.
Veloz como el viento
Placentero como un bosque (Quiet)
Agresivo como el fuego
Inmutable como una montaña
Desde que la humanidad era un rejunte de manadas ha
inventado cosas que le resuelvan alguna necesidad. A lo largo de los siglos y
de la evolución tecnológica podemos contar los inventos y las necesidades
resueltas por cientos de miles, tal vez millones, la mayoría de índole
funcional, pero también sociales, anímicas o psíquicas.
¿Pero cuántos
inventos resuelven necesidades de todas las condiciones?
Los automóviles son una evolución de productos anteriores a
su existencia, como los carruajes en cualquiera de sus disposiciones, y a su
vez éstos son una suma de invenciones básicas, como la rueda y el atalaje para
arrastre, que constituyen la base de un ingenio más complejo. Pero al mismo
tiempo el automóvil se ha constituido en un producto con identidad propia, mayor
que cualquiera de los elementos que lo constituyen. Desde tapas, puertas,
poleas, luces, ventanas, bombas y cerraduras hasta centrales multimedia e
inteligencias artificiales, una cantidad de artificios han ido integrando los
automóviles en su evolución, y sin embargo en el imaginario humano un automóvil
es un automóvil aunque prescinda de esos elementos constitutivos; puede no
tener ruedas y seguir siendo un auto. No
tener techo, no tener volante, no tener ventanas. Puede incluso no correr sobre
el suelo y volar, que seguirá siendo un automóvil, como el auto de los
Supersónicos. Puede cambiar la forma en que genera su movimiento y evolucionar
en su motricidad que, por supuesto, seguirá siendo un auto, eléctrico tal vez,
o nuclear, a vapor o a vela. Puede incluso atreverse a no depender de nosotros
para cada movimiento y tomar decisiones por sí mismo, que se convertirá así en
autónomo, pero automóvil (más que nunca) al fin.
“Automóvil” representa un concepto, más allá de las formas,
estructuraciones, disposiciones; es una noción, un ideario humano de la
posibilidad de trasladarnos velozmente con sencillez, libertad y/o diversión.
Esta característica de ser un elemento icónico primordial en
la historia moderna, en el desarrollo humano, paradigma de la locomoción
personal, hace que sea único como producto depositario de deseos e ilusiones,
único en su relación con el usuario, usuario capaz de abarcarlo tanto como de
ser abarcado, capaz de contenerlo como de ser contenido, con una extraña y
perfecta cualidad de tamaño relativo, y una dualidad de ser un hábitat que cobijamos, en el garage, en nuestros cuidados, tanto como podemos ser cobijados al habitarlo.
Esta escala perfecta le permite ser cubierto exteriormente en una sola mirada que lo entiende/comprende, pero también ser vivido interiormente. Si llueve mucho nos quedamos en el auto guarecidos esperando que pare para salir. Podemos estar en el auto escuchando música o algo interesante en la radio, o charlando o esperando detenidos, dentro de un lugar limitado y cerrado que está destinado a ser habitado. Un “habitáculo”.
Pero con una relación signada por el movimiento el automóvil es
radicalmente diferente a cualquier espacio estático que pueda ser considerado
producto. Un auto se habita, se accede, se conduce, se disfruta dinámicamente,
produciéndose una simbiosis activa, y luego pasa a ser un objeto bello, deseable,
una expresión artístico-industrial que añorar.
Más allá de los anterior hay una característica del automóvil, una razón que poco tiene que ver con la razón, que lo eleva a la élite de los inventos:
La pasión.
Los automóviles generan pasión como ningún otro producto, tanto por lo que nos hacen vivir sus cualidades dinámicas (velocidad, aceleración, tenida, frenado, etc.), de conducción, y la adrenalina que nos generan, como por su diseño y estética, como una joya, un accesorio o un elemento ornamental artístico, de diseño.
Esa pasión por el automóvil da origen al deporte motor,
también ramificado en variantes con más o menos ruedas, acuáticas y aéreas,
pero pasión maximizada en cualquier competencia entre autos, en su gran mayoría
dinámicas, en pista, trails, rallies, raids, por tiempo, por duración, de
velocidad, de aceleración, de regularidad, de acrobacias, de resistencia
(incluyendo chocarse), pero también competencias estáticas de presentación,
estado u originalidad.
También da origen a las exhibiciones de producto
más concurridas del Mundo de las Expo, los salones del automóvil, por todos los
continentes.
Y por último este invento ostenta una característica exclusiva, casi única
en el mundo de los inventos modernos, solo reservada a los inventos más básicos,
a los utensilios más nobles que se transforman en nuestros apéndices, a las
herramientas que son prolongación de la propia esencia humana, como un martillo
o un hacha: es imperecedero, como concepto/producto no tiene obsolescencia, por
lo menos a la vista de los tiempos venideros.
¿Con cuántos objetos, con cuántas de nuestras posesiones,
establecemos un vínculo de amor y odio, de reproches y felicitaciones? ¿O no
nos enojamos con el auto si nos deja, y le agradecemos al llegar de un viaje
largo sin contratiempos? Y esperamos que entienda y aguante hasta el
aguinaldo para esa reparación o ese
service (yo tenía un Corsa que me bancaba siempre), o incluso hablamos en voz
baja para que no escuche si estamos pensando venderlo o cambiarlo por otro.
Porque un auto tiene personalidad. Al comprarlo, nuevo o usado, tiene su olor
indistinguible, su propia presencia, y con el uso nos vamos moldeando el uno al
otro.
Su perfume interno, sus olores al andar, el confort de la butaca
(o su falta), sus ruidos que conocemos distintivamente, sus mañas en los
comandos,
Cuántas veces al entrar en otro auto de misma marca y modelo
se siente que no es el de uno. Faltan o sobran detalles, porque es una
prolongación del hogar y, por tanto, de la personalidad del propietario. Tan
enquistado está en nuestra vida que se transforma en parte de nosotros, cuando
se rompe decimos “rompí”, “pinché”, “vengo perdiendo aceite”, “me quedé sin
nafta”.
Alguno puede decir “y, pero una avioneta es igual, y vuela”.
Dale, ok. Acá va otra característica indiscutible y maravillosa del
automóvil, que es la de haber pasado de ser un producto elitista a ser un
producto popular y ecualizador. El automóvil permitió que más gente que nunca llegara
más rápido adonde antes no le alcanzaba el día. O la vida en casos como el
señor que recorrió más de 5 millones de kilómetros en su Volvo P1800. Es un producto
democratizador de la cultura urbana, a la altura del impacto que solo puede ser
comparado con el uso de energías e Internet.
Y esto sin argumentar que, pasados más de 20 años de la promesa incumplida de que el automóvil vuele en el siglo XXI, ya no estaríamos tan lejos de que emparde a la avioneta, pero mucho más sencillamente.
Esta suma de características signadas por la dualidad hace
que el automóvil sea el mejor invento de la humanidad… hasta ahora.